sábado, 9 de enero de 2010

Y cerré los ojos...


Noche fría. Noche cerrada. A lo lejos divisé el parpadeo de pequeños cuerpos teñidos de luz de luna. Se agitaban, inquietos, desesperados. ¿Me saludaban?, o quizás ¿pedían ayuda?


Mi curiosidad infantil se veía atraída por el serpenteo hipnótico de aquellos cuerpos en movimiento. Me acercaba. Con sigilo. Atento. Cuanto más cerca estaba, más excitado estaba por el miedo. Cuanto más me arrimaba, más nítida se volvían aquellos cuerpos fantasmagóricos. Nada se escuchaba. Cerré los ojos. Sabía que debía de huir de allí... pero no podía.


Y de pronto descubrí de que se trataba: manos. Manos sin brazos, manos sin cuerpos, manos sin sangre; pese a eso, manos con vida, trozos de carne que se agitaban a la luz de la luna, manos que movían con alegría sus dedos, manos apasionadas, manos al aire...


Y cerré los ojos...


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